Jacobo G. García | México DF
Actualizado martes 23/02/2010 09:52 horas
El 12 de enero por la noche, las redacciones de todo el mundo ya sabían que el epicentro del terremoto estaba en Puerto Príncipe. Sin embargo durante las primeras 24 horas, a estas mismas redacciones sólo llegaron de Haití algunas fotografías, muy pocas, imágenes, muy malas o informaciones, muy ambiguas. Puerto Príncipe ya era un caos y las agencias con presencia permanente en el país hacían lo que podían por cubrir la demanda.
Mi amigo Daniel Lozano, tan intuitivo como buen periodista, me llamó y me dijo "acaban de decirme que se ha sentido, y muy cabrón, en Panamá. Conociendo Haití, eso debe ser un auténtico desastre". Cualquiera que conozca el país, o la región, podía intuir algo parecido.
A medida que llegaban nuevas imágenes, los medios fueron añadiendo dígitos a la devastación.
Desde México y desde Madrid, periodistas de los que pontifican y respeto, llegaron a insinuar que los medios habían empezado ya una carrera por el circo y que las cifras ofrecidas no eran un dato objetivo (aghhh¡¡¡, que palabra en medio del terremoto ) si no un grito de socorro del Gobierno haitiano hacia el mundo. El primero en hablar había sido el primer ministro Jean-Max Bellerive cuando dijo que había "más de más de 100.000", aunque sin explicar en que basaba su cálculo.
Hubo quien comparó el tema con el 11-S cuando se llegó a hablar de 50.000 muertos tras la caída de la segunda torre, aunque finalmente la cifra rondara los 2.000. Un manejo llamado a anestesiarnos a la hora de digerir más y más muertos.
Hasta ese día sólo se sabía que se había derrumbado el Parlamento, el palacio Presidencial, siete ministerios, la gran mayoría de escuelas y hospitales de barrio y decenas de miles de casas. Se sabía ya que la calle estaba llena de cadáveres y que se habían venido abajo la cárcel, la catedral, y todas las iglesias grandes. Se sabía también que el arzobispo y el jefe de la misión de las Naciones Unidas estaban bajo los escombros.
Críticas al circo de cifras
Leí por entonces críticas al circo de cifras pero muy poco sobre porque las imágenes de las víctimas del 11-M fueron tratadas con la máxima sensibilidad, sin que esa misma delicadeza sirva para los negros que viven en países miserables.
Días después el presidente de Haití aumentaría sucesivamente la cifra oficial de 120.000, a 150.000 y finalmente a 217. 000. Tras sortear sin mayor problema la seguridad de Préval y entrevistar a la ministra de comunicación en una tienda de campaña, lo de 'oficial', sonaba a chiste. Más aún al escuchar la coletilla que acompañaba cada dato: "sin contar los muertos que fueron enterrados ya, ni los quemados ni los que siguen bajo los escombros" repetía el presidente.
Pero poco a poco fueron llegando más y más periodistas y Ongs y observadores y funcionarios...y todo lo que se había contado era poco. Carrefur, Delmas, la Gran Rue, Cite Soleil, los alrededores del Puerto, del mercado central... había zonas en las que no quedaba nada. Y la coletilla tomó forma.
Al final de la calle Fotr Mercredi, en lo que serían las favelas de Puerto Príncipe, que ya es decir, hay algo parecido a un campo de fútbol de arena y porterías fabricadas con restos de tuberías. Bajo este campo, los hombres del barrio improvisaron una tarde una fosa común en la que enterraron a 50 vecinos.
El vecindario ha cambiado de nombre al lugar, ahora se llama '12 de enero' pero los niños no han dejado de jugar al fútbol ahí. Ningún organismo sabe del cambio en el topónimo igual que ningún organismo sabe que ahí, entre los callejones y al final de la cuesta, hay enterradas medio centenar de personas.
El sábado 16 de enero, los cadáveres desbordaban la morgue. Una alfombra de cuerpos hinchados, rígidos y cubiertos de moscas con una ligera sonrisa como última mueca, se extendía hasta donde se perdía la vista. A muchos metros de ahí el olor era ácido, agrio...fuerte y sólo con mascarilla era posible acercarse.
Cuerpos tirados en la calle y que nadie reclamó nunca
Eran los cuerpos que llevaban varios días tirados en la calle y que nadie reclamó. Sólo dos días después, coincidiendo con las primeras señales de vida ofrecidas por el presidente René Preval, ellos ya no estaban allí. En medio del desconcierto y la desaparición de cualquier atisbo de Estado, alguien con la suficiente sangre fría había dado la orden de enterrar en fosas comunes los cuerpos antes de que comenzaran las enfermedades. Transportados con excavadoras, dudo que nadie se hubiera tomado la molestia de contarlos.
Durante la semana siguiente al terremoto, era fácil ver los cuerpos ardiendo en las esquinas. El fuego y la noche. Una imagen de las que no se olvida jamás. Tampoco había ahí ningún notario, libreta en mano, dando fe de incineración del cadáver. Los muertos desaparecían sin dejar rastro. Sin embargo, los vivos, en un país donde el 40% de la población no tiene ningún tipo de documento, se hacían de repente visibles ahora que había en la ciudad casi 4.000 mutilados y cientos de miles de heridos.
Es sabido que los muertos de países pobres cotizan a la baja. Más motivos para pensar que sí, que son 300.000. Aunque no sea cierto.
http://www.elmundo.es/america/2010/02/23/noticias/1266936757.html
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